Un buen día de verano para subir a la sierra y tomar un baño en un río. Crisis proponía ayer ir al Arroyo de las Guarramillas. Se supone que tenía que ser un sitio de fácil acceso para poder llevar al niño, y ciertamente lo es, siempre que se acceda por un sitio adecuado. Pero sorprendentemente hemos escogido uno de los peores caminos: el descenso del Arroyo de la Laguna (de Peñalara).
El camino comenzaba bien, paralelo al río, bien definido, dirigido a converger con Guarramillas. Pero de repente ha empezado a ascender por la ladera, volviendose abrupto, tortuoso, escarpado, y lleno de maleza, alejándose del arroyo tanto en altura como en distancia.
Yo iba la primera del grupo, por eso de que era la que "mejor" conocía la zona, pero nunca había bajado por aquí. Me estaba mosqueando porque no estábamos descendiendo, porque me estaba llenando de arañazos de zarzas y arbustos, y porque detrás venía Miguel que llevaba al niño en la mochila, con evidentes inconvenientes. Lo que me preocupaba es que Miguel se rayara en algún momento y no quisiera continuar. O que llegáramos a un punto muerto.
Y de repente una vaca en mitad de camino.
A diferencia de lo que la gente cree, las vacas de la montaña no son animales inofensivos: están un tanto asilvestradas, lo que las convierte en animales impredecibles. Son veloces, ascienden con agilidad por las laderas, y si se ven amenazadas, embisten. En un camino tan estrecho, en fila india, y al borde del barranco, estábamos totalmente expuestos a ella. Ha sido una suerte que la vaca decidiera dejarnos el paso libre. ¡Gracias, señora vaca!
Seguimos adelante. Entonces el camino desaparece en un claro. Un poco angustiada (mi sentido de la aventura es regular), me adelanto un poco para explorar el terreno y ¡ahí está! El camino principal. Joder, en comparación es como ir en una autopista. Consideramos subir a Cotos por el mismo, pero el GPS nos indica que estamos demasiado lejos. Yo digo que siempre podemos bajar al siguiente arroyo y ascender por el mismo hasta la carretera. Me consta que tiene mejor acceso.
Pero antes un baño. Encontramos una poza profunda en el mismo Arroyo de la Laguna. Yo habría querido bajar al de Guaramillas, pero el resto del grupo no está por la labor. La verdad que la poza es fantástica y justo por encima tiene un acceso de poca profundidad para el niño. Allí nos plantamos, nos damos un par de chapuzones, tomamos el sol, hacemos tiempo hasta la hora de la comida. Vemos libélulas, mariposas, arañas, gusanos, zapateros y una trucha. Me relajo escuchando el sonido del arroyo.
Miguel dice que un par de excursionistas le han comentado que el camino por la otra vertiente del arroyo es mejor. Decidimos ascender por allí. Es muy empinado y sube por el lecho seco de un arroyo. Los gemelos y los glúteos arden. Tengo molestias en la rodilla. Mañana quiero ir a clase de Pump: ya veremos si podré.
Y de repente la vaca otra vez. La misma. Nos mira como diciendo: vaya día me estáis dando. Esta vez no parece tan simpática. No me parece prudente cruzar justo delante de ella, así que me desvío todo lo que puedo hacia el barranco para hacerle entender que no queremos líos. Son unos metros nada más, pero espero que sea suficiente. Llevo gafas de sol, pero aún así prefiero no mirarla directamente a los ojos. No sé los demás. Sólo me quedo tranquila cuando todos hemos salido de su área. Ya podemos seguir ascendiendo.
El camino es cada vez más empinado, pero es más directo. Se oyen los coches pasar y se avistan los quitamiedos. El tramo final parece imposible, pero el camino gira a la izquierda hacia el arroyo, por donde tendremos que cruzar, como indicaron los excursionistas. Por fin encontramos gente: domingueros. Son esos que bajan la nevera con ruedas hasta el arroyo. Señor...
Por fin pisamos el asfalto. Lo hemos conseguido. Se me ha quedado un poco corta la estancia en el río, pero lo compensaremos con una buena comida en Lozoya.