domingo, julio 17, 2016

El Sestil del Maillo

El cuerpo tiene formas muy curiosas de hablarnos. A mí a veces me envía imágenes para hacerme saber qué necesita. A veces son imágenes de chuletones de ternera, otras son imágenes de cosas con azúcar. Esta vez han sido árboles.

Mi cuerpo necesitaba recargar energía, y necesitaba una fuente pura. Y no le bastaba cualquier destino: quería sombra, verdor, árboles frondosos, aire fresco. Vamos, que El Pardo no era una alternativa. Quería montaña. Le comprendo: ¿cuánto tiempo hacía que no subía a la montaña? Diría que casi un año.

Pero todo tiene sus dificultades. Esta mañana no sólo me ha costado vencer la pereza de madrugar y arrebujarme entre las sábanas, también he tenido que superar todos los pensamientos en contra: no merece la pena, sería mejor que limpiases la casa, hace mucho que no visitas a tu abuela, etc. A punto he estado de claudicar, como pasa en otras ocasiones. Esta vez he tomado mi desayuno, he empaquetado, y he salido por la puerta de casa en dirección al norte.

Como hace tanto tiempo que no caminaba, necesitaba una senda asequible. He pensado en Mojanalvalle. La idea era llegar a la chorrera y hacer la senda ecológica. Algo cortito. 

He llegado a Canencia una hora después de salir de casa, sorteando una legión de ciclistas desde antes de llegar a Miraflores. Me molestan muchísimo cuando van en grupo porque se crecen demasiado amparados en el grupo. Ahora hasta se quedan de cháchara en medio de la carretera y no se apartan para dejar paso a los coches. Mucha moto también en sentido contrario.

La temperatura ha descendido diez grados respecto de la ciudad. Arriba en el puerto hacía fresco y hacía un sol radiante. Aun así, todo se ve bastante verde. Es muy bonito. He cogido agua fresca en la fuente y he empezado a caminar. El sol no había levantado demasiado, así que el camino tenía bastante sombra.

Lo bueno de ir sola es que no eres un lastre para nadie, y tampoco te ves obligada a seguir un ritmo que te resulta incómodo. Yo soy lenta y pesada, así que mi ritmo no es demasiado rápido. Ir lento me permite dosificarme, pero también me permite admirar mejor el paisaje. Decía el guía de la senda botánica de Sallent que normalmente los excursionistas no se paran a mirar a los lados, pero este no es mi caso. Me gusta ver los árboles, me gusta reconocerlos, me gusta identificarlos. También me gusta ver las mariposas. Y si veo un ciervo (que no es lo habitual), para qué hablar.

Así he llegado a la chorrera. Para ser verano, todavía tenía agua. En primavera ha tenido que estar espectacular. Allí me he detenido para meter los pies en el agua, una tradición y una bendición: cómo descansan los pies en agua fría. He hecho un ejercicio de respiración, y luego he continuado por la senda ecológica, paralela al arroyo del Sestil. En un punto, la senda se divide en tres: a la derecha, ascenso al camino de ida, de frente, a la carretera, y a la izquierda...sorpresa. No había ido por esa ruta, pero todo indicaba que bajaba al arroyo. Unos minutos antes había pensado que sería agradable bajar al arroyo. Eso he hecho.

He llegado al arroyo enseguida porque todo era cuesta abajo y la pendiente considerablemente pronunciada. Un buen camino, sin embargo. Como iba a Canencia, no tenía previsto darme un baño, y por tanto no había traído el bikini. De repente: pocitas para el baño. No he podido resistirlo: me he desnudado y me he metido en una de ellas. Con tan mala suerte que de repente han llegado varias parejas. Creo que han flipado un poco. Qué vergüenza más grande. Pero qué le vamos a hacer. Me he quedado como nueva, como si me hubiese liberado de un peso enorme en todo el cuerpo.


Tras el baño, he querido hacer meditación. Me la he saltado esta mañana porque quería salir pronto de casa, pero también porque he pensado que sería muy especial hacerlo en la montaña. La meditación iba bien, hasta que un grupo grande ha llegado al lugar donde estaba y se han quedado de charleta. A la mierda la meditación. He sacado mi sandwich de chopped y tomate y me lo he comido mientras tanto.

 

Después he descendido paralelamente al arroyo, reconociendo futuros lugares de baño. También he visto uno de los acebos singulares de Madrid, que es enorme. ¿Qué años podría tener? Así he llegado a la carretera, donde sospechaba que terminaría. Desde allí me quedaban dos kilómetros al puerto, con un desnivel del 6%. Ha sido bastante durillo, pero afortunadamente no hacía tanto calor como para que fuera insoportable. De esta manera, he coronado el puerto. Ha sido bastante gratificante. Tras rellenar el termo con agua fresca, he emprendido el regreso a Madrid para una merecida siesta.

Siempre digo esto: tengo que subir más veces a la montaña. Me sienta bien. Pero no sé si es por pereza o por qué, mis planes suelen acabar en agua de borrajas. Tendré que intentarlo una vez más.

No hay comentarios: