lunes, enero 08, 2018

Carabelas

Hace un par de días soñé con mi abuelo Ángel. Me sorprendí porque no esperaba encontrármelo. Su cara era inconfundible, así como su bata azul marino. Tenía buen aspecto, a pesar del tiempo transcurrido. No tan mayor ni tan caído como cuando falleció, pero lo suficientemente mayor para que yo pudiera reconocerlo. Era él, no me cabe duda, lo pude ver clarísimamente. 
Él no me miraba y yo tampoco lo llamé. Simplemente llegaba a la habitación del hospital y se sentaba al lado de la cama de mi abuela en el hospital, esperando, esperándola.

Hoy he vuelto al hospital. Al cruzar el portal me ha venido nuevamente la figura de mi abuelo a la mente. Esta vez sí me miraba y me sonreía, aunque tampoco me decía nada. Parecía estar esperándome, y se alegraba de verme. Esta vez no era un sueño, sólo una imagen nítida. Él no estaba allí, pero al mismo tiempo estaba. En otro plano.
“Hola, abuelo, me alegro de verte”, le he dicho mentalmente. Y he proseguido caminando hacia la habitación de mi abuela.

Entonces he pensado que esperamos ver con los ojos físicos lo que solamente se puede ver con el tercer ojo, o con el corazón, o con otros sentidos que están más allá de lo material. Igual que no vemos por el oído por mucho que nos empeñemos, hay informaciones que deben captarse por el canal adecuado. Además, a falta de referencias y sensaciones con las que comparar, que no somos capaces de apreciar la experiencia que está delante de nosotros. Como los nativos americanos, que no veían las carabelas de Colón cuando llegaron a tierra, porque en su cerebro no había ningún conocimiento ni ninguna experiencia de la existencia de las embarcaciones. O eso dicen.

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