jueves, diciembre 28, 2017

Pinceladas

A veces me da. Veo una actividad que me produce curiosidad y me lanzo a hacerla. Probar para ver qué resulta. Así he hecho muchas cosas: el curso de tiro con arco, el patinaje, volar en un tunel de viento, lanzarme en tirolina, cantar en karaoke, etc. El problema de estas cosas es que no soy constante. Me gustan sí, pero no llegan a engancharme. Quizás sea mejor así, o ahora mismo tendría un arco recurvado Hoyt de 64" para zurdos cubierto de polvo en el trastero. Pero digamos que sí estoy un poco al acecho de nuevas experiencias que puedan aportarme algo. Puede que esté en la búsqueda de mi hobby definitivo.

Pero ¿pintura? Si a mí nunca se me ha dado bien. ¿Qué hago yo yendo a una actividad de pintura? sin embargo, vi el anuncio y quise hacerlo de inmediato, aun sabiendo que el resultado no iba a ser óptimo. La actividad consistía en reproducir un cuadro bajo las instrucciones de un profesor de pintura. Me gustaba el cuadro: la silueta de una mujer haciendo yoga a la luz de una enorme luna. Me gustaban también los colores del cuadro: violeta, blanco, amarillo y negro. Además parecía lo suficientemente abstracto como para no destrozarlo demasiado.

En sí la actividad fue divertida. Entré en "flow" que diría Charles, ese estado en el que pierdes la noción del tiempo por estar totalmente imbuído en una actividad. Las dos horas de taller se me pasaron muy rápidamente, y además me permitió desconectar de la realidad un rato, ayudándome a olvidar algunas situaciones por las que estoy pasando.

Mi mayor problema fue la técnica, claramente: no tengo ni idea de cómo usar los pinceles, así que mis brochazos resultaron toscos en comparación a los del profesor. Los pinceles no eran gran cosa, sobre todo el pincel fino, que no permitía un trazo demasiado delineado. También tengo que decir que muchas explicaciones no recibí en la ejecución: éramos muchas personas (casi todo mujeres) sentadas a los lienzos (diría que unas 20 personas en un espacio un tanto reducido), en una disposición que no permitía ver claramente el cuadro base o las explicaciones del profesor, y con tiempo limitado para poder dedicárnoslo a cada una. Yo hubiese agradecido un poco más de guía y algunas nociones más básicas. No sé, por ejemplo, que me dijera que si usaba un poco más de agua podría cubrir mejor la tela, que el caballete se pega, cómo se hace el movimiento de la brocha para difuminar, etc. Viendo que no me hacían mucho caso, terminé yendo a mi bola y haciendo lo que me parecía.

A mi lado había una pareja aventajada que decidieron pintar el cuadro a medias. Se notaba que tenían mucha práctica, aunque iban de sobradetes. La chica de mi derecha era tan torpe como yo, aunque me gustó su cuadro: le quedó más violeta y rosa. Ése es otro problema: me cuesta salirme de la linde que me marcan. Creo que esa ruptura es la que un artista necesita. Está claro que yo no soy una artista.

Aun así, pinté mi cuadro. Para ser el primero que pinto y en dos horas, no está mal, pero me avergüenza un poco. Si lo comparamos con el original hay muchas diferencias: los colores, los trazos, la proporción de la mujer y el águila (¡sí, hay una!), el aspecto final. Me recuerda a las fotos de las recetas de cocina, donde se muestra lo que se pretendía y el resultado conseguido. Me niego a autohumillarme poniendo el original junto al mío.

Para más inri, tuve que hacerme una foto con el cuadro (será para la galería de fotos de la empresa que imparte los cursos). Y encima tuve que llevarlo en la mano por la calle, a la vista de la gente. Me recordó las prácticas de Lola para exponerme. Me sentí incómoda, pero muy lejos de aquellas prácticas.

Ahora no sé qué hacer con el cuadro.



Bueno, pues una experiencia más. Al menos no se puede decir que no salgo de mi zona de confort. Hoy para compensar, y para cerrar el año, meditación de ho'oponopono para transmutar el karma denso. Mucho más sencillo, la verdad. No digo que no vuelva a una sesión de pintura (en realidad necesito desarrollar mi parte creativa), pero creo que voy a tardar un poco en volver a coger los pinceles.

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