martes, noviembre 20, 2018

20 años


Yo lo quería mucho, por eso voy cada año a hacerle una visita. Le llevo flores y hablo con él, así como con los que allí yacen. Es la tumba familiar, cada vez más poblada. Este año nadie la había visitado, porque los pequeños se han hecho demasiado mayores para cumplir con la tradición. Creo que me he quedado sola en esto. Me apena.

Este año le llevé margaritas y una gerbera. La gerbera es por su padre. Es parte de mi tarea de reparación. Cada vez que pienso en ello me pongo a llorar. Debería sentirme halagada por tener esa misión, pero me da rabia. Aun así hago lo que puedo. La búsqueda del padre. No creo que vaya a conseguir llegar muy lejos, pero lo intento. Solo que hay demasiados obstáculos.

Es por este mandato que este año es más especial. 20 años y un mandato de reparación. Aquí estamos.

Hablo con mi abuelo y le cuento de mi vida. Me gustaría decirle que todo está bien, pero no es verdad. De hecho ni sé cómo está todo. Me estoy dejando llevar, y no sé quién me lleva ni a dónde. Supongo que da igual, que diría el gato de Cheshire. Da igual, pero estoy hipersensible con toda la energía Piscis que se está moviendo. Estoy cruzando la noche y me siento perdida.

Y quizás todo empezó hace 20 años.

He recordado aquél día. Me levanté llorando porque soñé que un señor mayor se despedía de mí. Yo supe que se trataba de él, y fui a visitarlo aquella mañana a casa, antes de ir a la universidad. Estaba tumbado en la cama porque se encontraba mal, aunque todos pensábamos que era un catarro. Bromeé con él. La broma de todos los años: ir al Valle a cantar el Cara al Sol. Le ponía de los nervios, pero ambos jugábamos. Estábamos muy unidos. Murió al salir yo por la puerta de casa.

Me lo comunicaron en la universidad. Mone vino a sacarme de clase de bioingeniería y me dio la noticia. Busqué a Crisis y paseamos juntas por el terraplén junto a la cafetería de Teleco recordándolo. Hubo risas y hubo lágrimas. Yo no quería llorar, aunque era lo único que quería hacer. Entonces pensaba que llorar era una debilidad. Que te vieran llorar era exponer tu vulnerabilidad. Y aguanté todo el día como pude.

Diego me llevó al tanatorio. Creo que lloré en el coche, pero delante de él sí me permitía estas licencias. Al llegar me encontré con mi padre que me llamó "brujilla". Después apenas recuerdo el día. Estuve en la sala de la funeraria recibiendo a las visitas, pero no me acuerdo de casi nada. Creo que pasé a despedirme y solamente pude tocarle la cara. Estaba fría y dura. Vi a mi padre secándose los ojos. No volví a verlo llorar. Siempre pensé que desarrolló el cáncer por no desahogarse. O por no cumplir con el mandato. ¿Quién sabe?

Lloré mucho aquella noche al amparo de la oscuridad de mi habitación.
Al día siguiente acudimos a la tumba familiar. Yo estaba como en una nube y lo único que intentaba era no llorar. Él quería enterrarse con su madre, pero terminó con la familia de mi abuela, donde reposa desde entonces. Sé llegar perfectamente a la tumba, a pesar de lo laberíntico del cementerio.

Hoy hace 20 años. Paz me dijo que lo celebrara con él, no por su muerte, sino por la vida. Iba a sacarlo a comer a algún sitio interesante, pero quizás compre un bocadillo y me vaya a visitarlo nuevamente. Es una idea. Tampoco es necesario, porque él habita en mi corazón, donde están los que alguna vez he querido.

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