Esta
mañana me levanté nerviosa. Es normal, si consideramos que hoy iba a comprobar
si mis semillas habían germinado. Hasta hoy había controlado bastante bien a mi
coro griego, mi miedo, mis expectativas, pero hoy todo se ha desbocado un
poquito. No mucho, solo un poquito. A veces me da miedo no llegar a sentir
intensamente, porque suelo pensar que es una señal de la muerte interior; otras
me da miedo que todo se descontrole demasiado y no pueda soportarlo.
Antes
de comprobar el estado de las semillas, he reflexionado un poco sobre mi vida.
La vida te dice sí a veces, pero no cuando tú quieres, ni como tú quieres. A
veces ese sí llega tarde y no sabes muy bien qué hacer con él, porque ya no
entraba en tus planes. En mi caso, todo suele llegar tarde y es necesario
recolocarlo. Muchos de estos retrasos están relacionados con el miedo. Él ha
sido siempre mi compañero, y eso me ha hecho perder muchas oportunidades. Es
increíble cuánto podemos racionalizar una cosa para no hacerla, simplemente por
miedo. Argumentos tan lógicos que casi parecen irrefutables. El miedo es listo,
sabe dónde tocar para paralizar. De repente, todo lo que te parecía maravilloso
e ilusionante se convierte en una lista de excusas para no hacerlo. Luego te arrepientes toda tu vida de las cosas que has dejado de hacer.
En ese
sentido, tengo varias espinitas clavadas que me siguen persiguiendo a través de
los años. Los “¿Y sis?”. Quizás no tiene sentido preguntarse por ellos, puesto
que son caminos que dejé atrás en su momento. Pero siento que cuando siguen
doliendo, es porque eran importantes. Son lecciones no aprendidas, circunstancias
desperdiciadas. Porque en el fondo sé que eso es lo que quería hacer, pero el
miedo fue más fuerte y me decanté por la zona de confort. Y me da rabia. Mucha.
Cuando
me preguntan si volvería a los veinte años, siempre respondo que no. No fue una
buena época. Sí, era más joven, más vital, más guapa, más inteligente, pero el miedo y la
inseguridad eran enormes, paralizantes y bloqueantes. Estaba tan encorsetada
por las normas, por cumplir con los estándares, por cumplir con lo que se
esperaba de mí, por ser “buena”… La seguridad y la serenidad que tengo ahora,
no tienen nada que ver. He madurado, he crecido, he evolucionado, para mejor,
sin duda. También tengo más dinero que entonces, y soy más sabia. Crone. Elena dijo una frase en Frankfurt que me llamó especialmente la
atención: que las mujeres a partir de cierta edad se desprenden del yugo de la
sociedad y eso las libera por completo. Por eso muchas mujeres disfrutan más y
se reafirman a partir de los cuarenta, de los cincuenta, de los sesenta. En
parte comparto esta opinión, porque yo siento que con la edad soy más libre. Intento hacer lo que me apetece siempre, y
me importa una mierda tanto la opinión de los demás como ciertas
consecuencias. Y ya no compito como antes.
A veces
siento hambre de aventura. Quiero hacer actividades de riesgo, quiero viajar a
países lejanos y exóticos, quiero probar cosas nuevas, quiero expandirme…quiero
hacer un montón de cosas que me he dejado por hacer. Muchas de ellas porque no
me sentía preparada en su momento, pero ahora sí. Y la variedad es tan amplia...
De
todas formas, las semillas han germinado. Debería estar contenta, pero tengo una actitud cauta. Esto supone un cambio radical. Se
abre una nueva etapa. Se cierran algunas puertas, y algunas otras se abrirán.
Aún no lo tengo claro (nada claro), ni lo voy a tener, pero tampoco estoy
pensando mucho en el futuro. Ya no entro en modo “overthinking”. Surfeo la
incertidumbre, me dejo llevar, me adapto. No hay mejor estado que el de la paz
interior.
Creo que aún estoy en schock.
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