Una de las cosas que me gustan del facebook es que me ayuda a recordar qué estaba haciendo un día concreto. No necesito muchas indicaciones, a veces con un meme o una canción basta para poder ubicarme en el tiempo, aunque por supuesto, es mucho mejor cuando la indicación es más explícita. Así, tal día como hoy de 2010, Crisis y yo estábamos en la ciudad flamenca de Gante, aprovechando uno de mis viajes de trabajo. Está guay porque simplemente con evocar el nombre de Gante, vienen un montón de imágenes y memorias de lo que allí estuvimos haciendo. Una ciudad estupenda, por cierto.
Estos días estoy cayendo en la cuenta de que el año 2014 fue genial. En mi blog hay poco referido a este año, porque hay un gap importante entre el 2014 y el 2015 de casi un año completo. Pero ese año tuve experiencias muy interesantes. Fue al año de Israel y de Noruega, dos viajes que me han marcado significativamente. También estuve en Munich y volví a visitar el Deutsches Museum. Estuve en Donostia y en Frankfurt haciendo de supporter. Y fui a conocer Logroño, donde hice una cata. El puente de mayo en Alquézar y su río Vero. Por trabajo estuve en Bruselas (cómo no) y en Phantasialand. Hice varias excursiones con baño en río incluído. Fui a una sesión de coaching con caballos, donde llegué a conducir a caballo complicado. También lo conocí a él. Retomé el contacto con Ainoa (a la que tengo bastante apartada, pobre), mi amiga del colegio, con quien tengo muchos gustos "esotéricos" parecidos (aunque ella es una maestra y yo no). Hicimos una cata de cervezas de Halloween de lo más familiar. Empezaron las obras de la casa del pueblo. Aprendí a decorar galletas con glasa y magdalenas con crema de mantequilla.
Y ahora cada día espero ver qué más me trajo ese año.
Lo que sí me doy cuenta es del sesgo que tengo en las valoraciones que hago sobre las cosas. Por un lado, parece que los mejores años son aquellos donde hay muchas vivencias. ¿Necesito realmente vivencias para considerar que fue un buen año? Diría que no. Diría que podría apreciar más los días rutinarios y tratar de encontrar lo bueno que contienen, aunque no parezcan tan sumamente interesantes. No sé, a veces veo una puesta de sol, o veo a los gorriones de la OCU en sus nidos, y me parecen cosas agradables. Aportan belleza a mi mundo, por sencillas que sean.
Luego está la valoración de lo que es bueno y lo que es malo. En realidad todo es neutro, solo que lo valoramos positivamente si se parece al resultado que esperamos y malo cuando se aleja, si parece que nos beneficia o nos perjudica. Cuando todo tiene una parte buena y otra mala. Es algo que me gustaría conseguir: dejar de enjuiciar los acontecimientos y no reaccionar tan emocionalmente a todo. No digo convertirme en un robot, pero sí gestionar mejor los picos. Rectificar (en el sentido función).
Lo que está claro es que las experiencias nos ayudan a salir del estancamiento, aprender y crecer. De la rutina se puede aprender, sobre todo a optimizar, pero llega un momento en que parece complicado sacarle más partido a lo de siempre. Por eso es importante nutrirse con cosas nuevas. Y más que nuevas, cosas que nos puedan dar alegría y gusto, que nos hagan evolucionar, que nos hagan romper nuestros límites. Llenar nuestra vida con lo que nos apetece y nos alimenta el alma. Cosas como las que hice en 2014.
¿Qué cosas son esas? Pues viajar, ir a conciertos, teorizar menos y experimentar más, probar cosas nuevas, explorar. A ver cómo encarrilo el 2018 para alinearlo con esta idea.
Estos días estoy cayendo en la cuenta de que el año 2014 fue genial. En mi blog hay poco referido a este año, porque hay un gap importante entre el 2014 y el 2015 de casi un año completo. Pero ese año tuve experiencias muy interesantes. Fue al año de Israel y de Noruega, dos viajes que me han marcado significativamente. También estuve en Munich y volví a visitar el Deutsches Museum. Estuve en Donostia y en Frankfurt haciendo de supporter. Y fui a conocer Logroño, donde hice una cata. El puente de mayo en Alquézar y su río Vero. Por trabajo estuve en Bruselas (cómo no) y en Phantasialand. Hice varias excursiones con baño en río incluído. Fui a una sesión de coaching con caballos, donde llegué a conducir a caballo complicado. También lo conocí a él. Retomé el contacto con Ainoa (a la que tengo bastante apartada, pobre), mi amiga del colegio, con quien tengo muchos gustos "esotéricos" parecidos (aunque ella es una maestra y yo no). Hicimos una cata de cervezas de Halloween de lo más familiar. Empezaron las obras de la casa del pueblo. Aprendí a decorar galletas con glasa y magdalenas con crema de mantequilla.
Y ahora cada día espero ver qué más me trajo ese año.
Lo que sí me doy cuenta es del sesgo que tengo en las valoraciones que hago sobre las cosas. Por un lado, parece que los mejores años son aquellos donde hay muchas vivencias. ¿Necesito realmente vivencias para considerar que fue un buen año? Diría que no. Diría que podría apreciar más los días rutinarios y tratar de encontrar lo bueno que contienen, aunque no parezcan tan sumamente interesantes. No sé, a veces veo una puesta de sol, o veo a los gorriones de la OCU en sus nidos, y me parecen cosas agradables. Aportan belleza a mi mundo, por sencillas que sean.
Luego está la valoración de lo que es bueno y lo que es malo. En realidad todo es neutro, solo que lo valoramos positivamente si se parece al resultado que esperamos y malo cuando se aleja, si parece que nos beneficia o nos perjudica. Cuando todo tiene una parte buena y otra mala. Es algo que me gustaría conseguir: dejar de enjuiciar los acontecimientos y no reaccionar tan emocionalmente a todo. No digo convertirme en un robot, pero sí gestionar mejor los picos. Rectificar (en el sentido función).
Lo que está claro es que las experiencias nos ayudan a salir del estancamiento, aprender y crecer. De la rutina se puede aprender, sobre todo a optimizar, pero llega un momento en que parece complicado sacarle más partido a lo de siempre. Por eso es importante nutrirse con cosas nuevas. Y más que nuevas, cosas que nos puedan dar alegría y gusto, que nos hagan evolucionar, que nos hagan romper nuestros límites. Llenar nuestra vida con lo que nos apetece y nos alimenta el alma. Cosas como las que hice en 2014.
¿Qué cosas son esas? Pues viajar, ir a conciertos, teorizar menos y experimentar más, probar cosas nuevas, explorar. A ver cómo encarrilo el 2018 para alinearlo con esta idea.
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