viernes, abril 27, 2018

Semillas


He plantado semillas, unas semillas especiales. Plantar una semilla es un acto de fé. Fé en que germinará, saldrá a la luz, y se convertirá en aquello a lo que estaba destinado: una espiga, un arbusto, un árbol, una flor. La semilla es la promesa de un futuro que creemos mejor, es esperanza.

Es un acto de fé porque el sembrador guarda la semilla en la profundidad de la tierra, pero poco puede hacer para que la semilla brote. No depende de él, por mucho que haya escogido la mejor época para sembrar y el mejor terreno para potenciar. 

La germinación es un pequeño milagro de la vida que damos por hecho. Nos parece natural estar rodeados de plantas, creemos que siempre va a ser así. Y en cierta medida lo es, porque la madre tierra es abundancia, es exuberancia. Conforme avanzamos hacia Beltane, experimentamos esa plenitud. Nos sentimos colmados de bendiciones porque estamos rodeados de ellas. La diosa madre nos sonríe en la cúspide de su profusión.

(Me encanta la idea de que la Diosa da la vida, y nosotros sus hijos estamos vinculados permanentemente a ella, hasta que como Diosa de la Muerte nos recoge en su útero nuevamente para llevarnos a una resurrección. Nosotros somos semillas también. De hecho, muchos de los túmulos funerarios son una representación de la semilla y el útero de la Diosa. A veces creemos estar muertos, pero solamente estamos enterrados, esperando que se den las condiciones necesarias para poder brotar).

Pero hay cierta probabilidad de fracaso en ese momento en que la semilla tiene que brotar.
El sembrador solo puede esperar y confiar. Es una espera no exenta de ansiedad porque muchas expectativas e ilusiones están puestas en esas semillas. Si la semilla fracasa, es una oportunidad perdida. Podrá haber otras, pero requerirá del sembrador más fé para seguir adelante. Si la semilla fructifica, el sembrador tendrá que emplearse en acompañar a la semilla en su crecimiento. 

No es ésta una época tranquila, porque múltiples peligros amenazan el crecimiento de la nueva planta: la helada, las plagas, las enfermedades, la competencia con otras plantas vecinas...Una planta que crece en adulta, es una superviviente. Un sembrador, es un compañero de viaje que pone a disposición de la planta medios para que ella medre. Pero el sembrador debe dejar a la planta que tenga su crecimiento propio. Un exceso de agua puede ser tan letal como la escasez.

Todos plantamos semillas, todos somos sembradores, solo que unos parecen más habilidosos que otros. A veces sentimos envidia de las plantas de los demás, porque vemos sus tulipanes cuando nosotros cultivamos crisantemos, sin saber que nuestras flores nacerán más adelante. O pensando que nos hemos equivocado en nuestra elección, porque de repente nos damos cuenta de que los tulipanes son nuestras flores favoritas y nosotros solo esperamos crisantemos. Aunque siempre podemos esperar y plantar tulipanes después. O quizás no, si hemos perdido esa oportunidad.

Una semilla contiene el potencial de todo un bosque. Me viene a la imagen un bosque de abedules en otoño, con sus troncos blancos y sus hojas amarillas. Allí veo a mi niña interior recostada en una piedra y rodeada de hojas. Viste como una princesa medieval. El viento besa su frente y le susurra al oído: "No temas, mi pequeña, no estás sola. Yo siempre estoy contigo, y siempre eres amada y bendecida". Y mi niña se siente reconfortada y se deja caer en un sueño profundo y reparador, rodeada de oro. Otra imagen con la que evadirme, mientras espero el devenir de mis semillas.

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