miércoles, marzo 07, 2018

Ein Baum



Recibí mi árbol en el nivel II del curso Zen de Suzanne Powell en Madrid en diciembre del pasado año. Fue un regalo inesperado, pero también una responsabilidad. El compromiso era cuidar de él para poder trasplantarlo en el futuro, y eso he intentado. No lo elegí yo, pedí que lo eligieran. Quizás habría escogido un roble, pero me dio pena discriminar a otras especies. Me dijeron que era una morera. Un árbol de la diosa Atenea, diosa de la sabiduría.

No es fácil cuidar de una planta porque la comunicación con ella es complicada. Intentas atender a las señales, pero no siempre son evidentes. Cuando llegó a casa era poco más que un palo insertado en un cepellón. Tenía una pequeña ramita verde con una hoja que salía de la base. La pobre murió ahogada en un riego. Pensé que lo había matado. Durante todo el invierno parecía muerto, y hasta me planteé deshacerme de él.

Pero de repente, no hace muchas semanas, surgió una yema, luego otra. Las yemas se convirtieron en pequeñas hojas verdes. ¡Mi árbol estaba vivo! Y vaya si estaba vivo. De repente se produjo una explosión de vida: las hojas empezaron a crecer y expandirse, abriéndose paso por el espacio, como empujadas por una fuerza invisible e imparable. La fuerza de la vida. ¡Qué ilusión! Es hermoso asistir a ese milagro.

Las hojas han crecido y pronto tendré que buscarle un nuevo hueco para que no topen con la base de los armarios de la cocina. Mi intención es trasplantarlo para que pueda seguir creciendo y convertirse en un gran y magnífico árbol. Mi árbol. Se me ha ocurrido intentar transplantarlo para mi cumpleaños, como una especie de rito de enlace entre el árbol y yo. Pero no tengo muy claro el emplazamiento. ¿Qué tipo de lugar le gustará a una morera?  Tiene que ser un lugar que me permita cuidarlo mínimamente.

Ein Baum
(Subway to Sally)


Ich schneide nun das Haar nicht mehr,
horch wie die Blätter treiben.
Der Wald pflanzt Hölzer in mein Herz,
ich streck die Arme himmelwärts,
um immer hier zu bleiben.

Die Nägel senken sich hinein
ins Reich der Mutter Erde.
Schon krümmt und bricht sich mir die Haut,
hab Sand und Steine viel verdaut,
dass ich so müde werde.

Ein Baum, mit Käfern im Gesicht,
mit Moos in meinem Haar,
die Haut so hart wie Stein.

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Durch meine Finger geht der Wind,
war's gestern, war es heute.
Den Winter lang wer ich nicht wach,
ein Specht klopft an mein Schädeldach
und hofft auf fette Beute.


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