jueves, marzo 01, 2018

Richard

Hoy he visitado mi playa. Es un lugar perdido en el tiempo y en el espacio, alejado de mi realidad. Es un espacio donde poder refugiarme, donde buscar paz, donde distanciarme de los dramas, los conflictos, las quejas, las frustraciones, los fracasos...Es como el ojo del huracán: la paz en medio de la vorágine.

La playa se accede por una escalera a través del farallón de un acantilado tapizado de hierbas que se descuelgan por el mismo hasta besar la arena. Podría recordar a la praia Os Castros, pero es muy diferente a la vez. La playa no es demasiado ancha, lo suficiente para poder estar allí sentada contemplando el mar. Siempre es verano y nunca hay tormenta, pero tampoco es tan caliente que sea insoportable. Una suave brisa acaricia mi cara al llegar y se enreda en mi pelo jugando con él. El mar me acuna con su nana, y lame mis pies con su rítmico tacto.

Me siento allí en la orilla y contemplo el horizonte infinito, donde el océano toca el cielo. Siento los cuatro elementos a mi alrededor, y me fundo en sus poderes benéficos. Siento la vida que se desarrolla y me abandono a ella. Allí, en la playa, me siento a salvo de un mundo hostil lleno de sinsabores, que no parece serme favorable.

Se llama Richard. Es surfero. Alto, atlético, rubio, ojos azules, y piel tiznada por el sol. A pesar de su apostura, no hay nada sexual entre nosotros. Él es mi amigo, mi hermano, mi aliado. Se sienta a mi lado en la arena, me escucha sin juzgarme, sin racionalizar los temas que le menciono, sin buscar soluciones a los mismos, simplemente está. No me etiqueta, no espera nada de mí, no espera una versión de mí que no es, nunca se burla de mis defectos y excentricidades, me acepta y me quiere tal como soy, incluidas mis sombras. Me acepta cuando río y cuando estoy triste. Él es mi confidente, mi consejero, mi apoyo. A veces me abraza, me permite sollozar en sus brazos, y me conforta con suaves palabras. Me hace sentir querida, protegida, cuidada. Me permite ser vulnerable y frágil, me permite abandonar mi coraza. Me permite ser yo, en mi esencia pura, sin sentirme mal por ser yo.

Richard siempre está cuando lo necesito. Jamás me ha fallado. Jamás me ha dado por perdida. Jamás se ha rendido conmigo. Él está siempre, para lo bueno y para lo malo.

A ratos se aleja y se mete en el mar a hacer surf. Yo lo observo desde la orilla. Me parece un niño más que un hombre. Disfruta en su mar, con sus olas. No tiene complicaciones, ni preocupaciones, ni penas, ni pegas, ni dramas. La vida fluye en torno a él fácilmente. Siempre sonríe, siempre contento. Para él no existe el pasado ni el futuro, solamente el presente. Él está libre de ataduras, de convenciones sociales, de los "tengo que", de los "debería de", de estándares que cumplir, de expectativas que cumplir, de hojas de ruta que cumplir, de objetivos que alcanzar. Está al margen de la decepción y de la frustración. Él sabe quién es, no le importa la opinión ajena, ni las consecuencias de sus actos, porque él no juzga en términos de bueno o malo las situaciones de la vida. Sabe lo que quiere, lo que es bueno para él, y va por ello, sin dejarse influenciar por su entorno. No tiene miedo al fracaso, ni al error. No se excusa en las circunstancias de su vida para hacer lo que quiere realmente, lo que siente. Jamás se ha lamentado por las oportunidades perdidas, porque él las ha aprovechado todas. Él ha sabido recibir todo aquello que la vida le ofrecía.

En cierta forma él es la descripción de la felicidad plena. Es un ser puramente libre. Verlo me hace sonreír. Y él me sonríe de vuelta.

A veces me llama y me reúno con él en el mar. Buceamos, nos sumergimos en las profundidades, donde todo es calma y belleza, donde todo se diluye ("under water where thoughts can breath easily"), donde se recrea la sirena que hay en mí. Luego ascendemos al cielo como los albatros, planeamos sintiendo el aire bajo nuestras alas, dibujamos estelas, y nos volvemos a zambullir en picado en el agua. La sensación de libertad es infinita.  Reímos, nos divertimos. No hay nada más que nosotros.

Y así pasamos un rato. Un rato que sabe a medicina para el alma, que cura las heridas del corazón, y seca las lágrimas más acérrimas.

Por algún motivo, esto me recuerda a la canción "Quemarse los pies" de Ana Belén:
Como un quardián 
le ví pelear 
iba jugándose los sueños 
para mi 
le quise más 
viendo volar 
a ese chiquillo con sus juegos 
para mi. 

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