Intento levantarme pronto para hacer una práctica espiritual. A veces lo consigo, otras no, y a veces tengo que reducirla a su mínima expresión, que es un anclaje. Por la mañana me resulta más fácil y también es más agradable, sobre todo cuando consigo conectar con sentimientos de amor y gratitud, que dejan buen sabor de boca y cuerpo. A veces consigo llegar a cosas interesantes, lo cual no suele proceder de la mente, sino que es como un conocimiento interior que pasa al consciente para ser formalizado en forma de pensamiento.
Esta mañana he conectado con Ataecina, la diosa oscura. Suelo imaginarla como en la Primera Espiral: enlutada de pies a cabeza, con un velo negro que le cubre la cara. A priori es una imagen que impone bastante, sobre todo cuando te refleja tu propia muerte, pero he terminado por acostumbrarme. Las diosas oscuras suelen tener el poder que les otorga su experiencia, su sabiduría, y el haber desechado los temas más frívolos y superficiales de la vida. Ellas contienen a todas las demás y todos sus aspectos. Es algo que suelo olvidar, quedándome nada más en los aspectos más serios y tenebrosos. Pero hoy Ataecina me ha abierto los brazos y de ella ha manado un amor semejante al de una madre. Ha sido un abrazo acogedor, reconfortante, lleno de calor.
Así he florecido, convertida en un rosal de rosas de color pastel y rodeada de mariposas mientras mis raíces se hundían en el fango. Es la esencia de Ataecina: la vida a través de la muerte y la descomposición. Y me ha encantado la imagen recibida, porque contenía esperanza de algo bello y prometedor. No había ninguna palabra, solamente sentimiento. Hay muchas formas de comunicarse y los dioses no siempre eligen las más directas ni comprensibles. Pero no necesito que mi mente consciente lo comprenda, se lo dejo al Inconsciente, que haga con ello lo que mejor le parezca.
Luego he recordado mi anclaje, conectada al cielo y a la tierra, convertida en un canal de luz, un instrumento de los dioses en el mundo. Y he pensado que si todo lo que somos es información, en realidad somos un mensaje, un mensaje que se presenta en el mundo y para el mundo, y que va cambiando conforme a lo que se necesita en función de parámetros y criterios que desconozco y, probablemente, no abarco. ¿Cuánto bloqueo el mensaje divino? ¿Cuánto me resisto al mismo? ¿Cuánto lo distorsiono? ¿Cuáles son los beneficios de negarme y cuáles los de entregarme? ¿Cómo se encauza entre los miles de mensajes que se vierten en el mundo, cómo se enrutan, cómo se entrelazan, cómo se afectan, hasta dónde llegan y para quiénes, con qué propósito? Supongo que no tiene mucha importancia.
Esta mañana he conectado con Ataecina, la diosa oscura. Suelo imaginarla como en la Primera Espiral: enlutada de pies a cabeza, con un velo negro que le cubre la cara. A priori es una imagen que impone bastante, sobre todo cuando te refleja tu propia muerte, pero he terminado por acostumbrarme. Las diosas oscuras suelen tener el poder que les otorga su experiencia, su sabiduría, y el haber desechado los temas más frívolos y superficiales de la vida. Ellas contienen a todas las demás y todos sus aspectos. Es algo que suelo olvidar, quedándome nada más en los aspectos más serios y tenebrosos. Pero hoy Ataecina me ha abierto los brazos y de ella ha manado un amor semejante al de una madre. Ha sido un abrazo acogedor, reconfortante, lleno de calor.
Así he florecido, convertida en un rosal de rosas de color pastel y rodeada de mariposas mientras mis raíces se hundían en el fango. Es la esencia de Ataecina: la vida a través de la muerte y la descomposición. Y me ha encantado la imagen recibida, porque contenía esperanza de algo bello y prometedor. No había ninguna palabra, solamente sentimiento. Hay muchas formas de comunicarse y los dioses no siempre eligen las más directas ni comprensibles. Pero no necesito que mi mente consciente lo comprenda, se lo dejo al Inconsciente, que haga con ello lo que mejor le parezca.
Luego he recordado mi anclaje, conectada al cielo y a la tierra, convertida en un canal de luz, un instrumento de los dioses en el mundo. Y he pensado que si todo lo que somos es información, en realidad somos un mensaje, un mensaje que se presenta en el mundo y para el mundo, y que va cambiando conforme a lo que se necesita en función de parámetros y criterios que desconozco y, probablemente, no abarco. ¿Cuánto bloqueo el mensaje divino? ¿Cuánto me resisto al mismo? ¿Cuánto lo distorsiono? ¿Cuáles son los beneficios de negarme y cuáles los de entregarme? ¿Cómo se encauza entre los miles de mensajes que se vierten en el mundo, cómo se enrutan, cómo se entrelazan, cómo se afectan, hasta dónde llegan y para quiénes, con qué propósito? Supongo que no tiene mucha importancia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario