Para mi siguiente sesión de la Primera Espiral necesito plumas de ave porque se relacionan con la diosa Mari, que es la deidad asociada a Yule. Normalmente no me cuesta encontrar plumas en la calle, pero basta que tenga que encontrarlas para que de repente no se muestre ninguna. Tengo una pluma de corneja en uno de los altares de casa, representando el elemento aire, pero no habría querido usarla para esto, porque sé que vamos a modificarla y dejará de ser mi pluma.
A esto se le llama apego.
Me di cuenta anoche de ese apego, que tiene mucho que ver con un pensamiento de carestía: guardar por si acaso, no gastar por si acaso, como si no hubiese posibilidad de poder hacerme con más. Es un tanto irracional, pero me pasa con muchas cosas. Por ejemplo, tengo un abrigo de color azulón que apenas me pongo por miedo a estropearlo, como si quisiera conservarlo para siempre. Al final, si me descuido, se lo comerán las polillas antes de disfrutarlo yo. O como me pasó con los zapatos que llevé a la boda de los Levis: el pegamento estaba totalmente pasado y terminaron por romperse sin casi haberlos usado.
Ni siquiera se trata de un tema emocional asociado al objeto que me impida deshacerme de él, como algo heredado de un abuelo, o un regalo que me hicieran con un significado especial. Se trata nada más de una pluma oscura que encontré de casualidad en la última visita a Grefa y que recogí para usar en mi altar. Supongo que me gusta precisamente por su color y por estar asociada a un animal tan especial. Pero perder la pluma tampoco tendría que ocasionarme ningún perjuicio especial. Cualquier otra pluma serviría, y finalmente, el elemento aire está en mí. Por tanto ¿a qué viene tanto apego? Es miedo por la falta de recursos, y también es la seguridad ficticia que te da el tener algo tangible a mano. Es un poder otorgado a algo externo innecesariamente.
Solamente por eso, voy a ofrendar la pluma. Si no soy capaz de deshacerme de una simple pluma, ¿cómo espero sacrificar una identidad entera? Un ejercicio de desapego. Creo que podría hacerlo para tantas cosas...
Al final no poseemos nada en este mundo, ni objetos, ni mascotas, ni personas, ni siquiera nuestros recuerdos. Al final, lo único que poseemos es nuestra esencia, nuestro verdadero yo, que es lo único que nos vamos a llevar después de la muerte, lo que es infinito y eterno. Todo lo demás es sueño.
A esto se le llama apego.
Me di cuenta anoche de ese apego, que tiene mucho que ver con un pensamiento de carestía: guardar por si acaso, no gastar por si acaso, como si no hubiese posibilidad de poder hacerme con más. Es un tanto irracional, pero me pasa con muchas cosas. Por ejemplo, tengo un abrigo de color azulón que apenas me pongo por miedo a estropearlo, como si quisiera conservarlo para siempre. Al final, si me descuido, se lo comerán las polillas antes de disfrutarlo yo. O como me pasó con los zapatos que llevé a la boda de los Levis: el pegamento estaba totalmente pasado y terminaron por romperse sin casi haberlos usado.
Ni siquiera se trata de un tema emocional asociado al objeto que me impida deshacerme de él, como algo heredado de un abuelo, o un regalo que me hicieran con un significado especial. Se trata nada más de una pluma oscura que encontré de casualidad en la última visita a Grefa y que recogí para usar en mi altar. Supongo que me gusta precisamente por su color y por estar asociada a un animal tan especial. Pero perder la pluma tampoco tendría que ocasionarme ningún perjuicio especial. Cualquier otra pluma serviría, y finalmente, el elemento aire está en mí. Por tanto ¿a qué viene tanto apego? Es miedo por la falta de recursos, y también es la seguridad ficticia que te da el tener algo tangible a mano. Es un poder otorgado a algo externo innecesariamente.
Solamente por eso, voy a ofrendar la pluma. Si no soy capaz de deshacerme de una simple pluma, ¿cómo espero sacrificar una identidad entera? Un ejercicio de desapego. Creo que podría hacerlo para tantas cosas...
Al final no poseemos nada en este mundo, ni objetos, ni mascotas, ni personas, ni siquiera nuestros recuerdos. Al final, lo único que poseemos es nuestra esencia, nuestro verdadero yo, que es lo único que nos vamos a llevar después de la muerte, lo que es infinito y eterno. Todo lo demás es sueño.
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