viernes, junio 01, 2018

El último hombre de Pompeya



Te levantas un día de verano y todo te parece igual que ayer. A primera hora de la mañana ya se intuye que será un día caluroso. La infección de la pierna te molesta, pero el médico es optimista sobre su curación, así que soportas estoicamente el dolor que te causa. Es bastante incómodo, pero todavía puedes caminar, aunque no tienes previsto hacer grandes esfuerzos.

Es un día como otro cualquiera, rutinario. Sin embargo, notas que algo es diferente. No sabes decir qué exactamente, pero el aire tiene un olor diferente, el cielo tiene un color diferente, el perro parece algo agitado, y a ratos te parece como si la tierra se moviera. No le das mayor importancia y continuas tu jornada normalmente.

Oyes un murmullo generalizado en el exterior. Sales de tu casa para ver de qué se trata. Tus vecinos miran alarmados hacia el Vesubio. Una densa columna de humo se eleva hacia el cielo como un enorme pino. Te preguntas si Vulcano ha abierto su fragua después de la festividad del día anterior. La imagen es imponente. La sopresa va cediendo a la preocupación cuando la nube de humo comienza a propagarse hacia el sur, en dirección a la ciudad, engulléndolo todo a su paso.

Entonces llega la lluvia. No es una lluvia normal. No cae agua del cielo sino ceniza, arena y roca. La temperatura ha aumentado significativamente. Arrecia y comienza la histeria. Intentas buscar refugio, pero tu pierna te impide avanzar más rápido. Tienes que luchar también contra los empujones de los que corren a tu alrededor. Recuerdas al perro, al que hoy has atado a una estaca porque estaba especialmente raro. No puedes regresar a por él. Tampoco sabes de tu familia, ni tus amigos. Estás solo y avanzas a trompicones por el callejón por el que te has metido.

De repente un gran estruendo que parece partir el cielo en dos. La ves llegar hacia ti. Es un enorme sillar que vuela desde el cielo y cuyo impacto recibes de lleno. Todo sucede tan deprisa que apenas puedes registrar el dolor que se produce en tu cuerpo en el momento de tu decapitación. El sillar se convierte en la losa de tu tumba. Luego todo se queda en oscuridad.

Y así pasa el tiempo, año tras año, siglo tras siglo. Eres consciente de cuándo llegaron los equipos arqueológicos y empezaron a excavar. Poco después llegaron los turistas, miles de personas atraídas por la historia y por los restos excepcionalmente conservados de la ciudad. Conoces también de los ladrones que expolian el yacimiento. Pero tú sigues oculto bajo la roca.

Hasta que un día alguien decide levantar el bloque y descubren tu esqueleto intacto. Salvo tu cabeza. Tú tampoco recuerdas dónde fue a parar. Te conviertes en una noticia, en un titular. Eres famoso. Por el momento eres el último hombre de Pompeya.

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