lunes, octubre 01, 2018

Somatizando el dolor

Tras la última transferencia fallida, he ido esta mañana a la clínica para hablar con la ginecóloga. Por un lado, quería empezar un nuevo ciclo, aunque por otro no me sentía totalmente preparada desde el punto de vista emocional.
Pero estaba dispuesta a empezar otra vez y a buscar las energías de donde fuera necesario.

Sin embargo, la entrevista ha sido un mazazo brutal. Prácticamente la ginecóloga me ha dicho que no tengo posibilidades de ser madre. Dada mi edad, la calidad de mis óvulos y por tanto la de mis embriones no es buena, con lo que genéticamente no son aptos. En lugar de eso, me ofrece como alternativa una ovodonación, pero es algo que no me planteo, porque yo no quiero los genes de otra, quiero los míos. Así de primitiva soy.

Toda mi contención en la consulta se ha desmoronado en la calle. Me he sentado en un banco y me he echado a llorar, sin importar que me vieran los viandantes. Ninguno se ha parado a preguntar. Estaba como en schock, incapaz de pensar, intentando asimilar la noticia de que no voy a ser madre. Simplemente no puedo aimilarlo. Y el mundo, una vez más, se desmorona ante mis ojos. Ahora mismo me quedo con una vida de mierda y sin ningún objetivo en la vida. Mi vida no tiene sentido, es inútil, y me siento un auténtico fracaso. Soy una basura humana.

He hablado con tres personas por chat, pero en vano. No me entienden y tratan inútilmente de hacerme sentir mejor. Odio profundamente que la gente trate de animarme, pero sobre todo que trate de racionalizar mi dolor. No quiero sentirme mejor, quiero que me acompañen. Pero no lo hacen.

Me siento rota. Me duele todo el cuerpo y tiemblo. Creo que estoy al borde del colapso. Decido coger un taxi porque me siento incapaz de regresar a casa en metro. Creo que el taxista da una vuelta enorme, pero me da igual. Estoy intentando no llorar en el taxi, aunque se me escapan las lágrimas y moqueo.

Al llegar a casa me meto en la cama directamente. No voy a salir de ahí en todo el día. Solamente quiero llorar y dormir. Es lo que hago durante el resto del día. Sigo sintiendo el dolor en todo el cuerpo, sigo con los temblores y los escalofríos. Creo que hasta tengo fiebre. Duele mucho. Es como si todos mis órganos estuviesen gritando. Mi mente gira a toda velocidad para recordarme a culpa y la vergüenza. He perdido el tiempo miserablemente y ahora no hay solución. Me culpo y me odio profundamente. Pero no solo a mí. No puedo parar mi mente y es una tortura. Me duele mucho. No tengo fuerzas para salir de la cama. No tengo apetito.  Solo puedo llorar hasta caer rendida y volver a dormir. Y así hasta mañana.

Y ¿ahora qué?

No sé cómo voy a hacer para superar esto. No tengo motivos para vivir. No tengo nada para aferrarme a la vida. Me gustaría morirme en este momento. Pero aquí estoy, en esta cárcel llamada vida. Una vida que me odia mucho y que no me da nada bueno. Es toda una condena. No sé cuál ha sido mi delito para llegar a esto. De verdad que no. Pero da igual, porque la pena está ahí. Y no sé de dónde voy a sacar fuerzas para poder soportarlo.

Me quiero morir.

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