domingo, julio 22, 2018

El vestido

En octubre tengo la boda de unos amigos y necesitaba un vestido. Lo encontré ayer de la manera más inesperada, porque ni siquiera había salido con la idea de ir a buscarlo. Yo buscaba otra cosa, pero pasé por la sección de vestidos de fiesta de ECI y me llamó la atención un vestido de fiesta color salmón. Me paré a verlo y me pareció bonito, aunque el salmón no es mi color. Lo descarté sin embargo porque no era rojo. Se me había metido en la cabeza que yo iría de granate a esa boda. Tenía en mi mente muy claro lo que me gustaría llevar, demasiado preciso quizás para encontrarlo.

Descartado el salmón pensé que podía echar un vistazo a los vestidos rojos disponibles. No había muchos y eran bastante simples, por no decir feos, sobre todo con esa bisutería tosca que les añaden. Y además estaba el precio, que por ser vestido de fiesta parece como si le pusieran una recarga a algunos vestidos que podría comprarme en una tienda normal.

Entonces lo encontré. Estaba un oculto entre varios vestidos en un perchero, como si se ocultase. Un vestido color champán de raso con el cuerpo de encaje negro sin mangas. Me gustó la combinación. También me pareció elegante, y además no se parece en nada al estilo que va a llevar la novia.

Quedaban solamente dos tallas y una de ellas era la mía. Qué suerte. Aunque no entraba en mis planes del día, pensé que podría probármelo. El vestido me encajaba como un guante, algo que no suele sucederme. Y al mirarme al espejo me sentí como una princesa. No me gusta ser una princesa, prefiero ser una reina, o una reina guerrera más bien, pero no hay nada de malo en dejar a un lado la armadura y sentirse bonita alguna vez (lo de delicada ya es otro cantar). Pero sí, me sentí como una princesa.

Me pasé un ratito en el probador sintiendo el vestido. Me subía la autoestima. Era como aquellos zapatos de tacón que tuve una vez, que solamente de ponérmelos me cambiaba el estado de ánimo. Aquello tenía que ver con la perspectiva, pero este vestido era otra cosa. Me sentía ilusionada con él. Hasta bailé en el probador, porque quería ver cómo se movía la copa. Sí, se bailaba bien, era cómodo, era bonito (Me pregunto si será fácil conducir con toda esa tela).

Dios, me encantaba ese vestido, aunque no fuera rojo, aunque no fuera corto, aunque no fuera lo que tenía en mente. Tampoco era barato (ni excesivamente caro), pero qué demonios, tenía la paga extra, que para eso está (y para pagar el viaje de Ávalon). Y de todas formas necesitaba un vestido, por qué no llevarme ése que tanto me gustaba? Y por qué esperar a otro día cuando lo había encontrado? Y por qué darle tantas vueltas a algo cuando sabes que es?

Y lo compré. Y me sentí contenta con mi compra, como si fuese un niña pequeña. Cómo puede haber tanta alegría en una cosa tan intrascendente?

Me encanta mi vestido. Ahora tengo que procurar que me quepa para la boda. Hasta tiene también la aprobación de mi madre, con eso ya he triunfado, vamos.

Y además este vestido esconde una metáfora de vida.

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